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Crítica: The Boy and The Heron nos deja la última pregunta de Miyazaki

Si tuviera un décimo del talento creativo de Hayao Miyazaki, también se me haría difícil retirarme de una vez por todas, especialmente cuando todavía tiene tanto que decir, de manera tan hermosa y poética. Pero es posible que esta vez si se trate de su último filme, pues, si me perdonan el cinismo, Miyazaki tiene 83 años bien llevados pero, eventualmente todos perdemos la batalla contra el Padre Tiempo, quien, como dijo Rocky Balboa, “está invicto, nadie le gana”.

El nombre original en Japón de The Boy and The Heron es “How do You Live?”, traducido a “¿Cómo vives?”, o “¿Cómo está viviendo?” aunque, conociendo el temperamento del gran maestro, una traducción más exacta seria “¿Cómo puedes vivir?” Eso es para que tengan una idea de la vibra que sentirán viendo esta espectacular obra de arte, uno de los últimos vestigios del cine animado dibujado a mano, escena por escena.

En realidad, la versión de la pregunta, más cercana a los sentimientos de Miyazaki, es “¿Cómo puedes vivir en este mundo?”, una interrogativa que el director nos ha hecho a través de toda su ilustre carrera, en la que ha contrapuesto la belleza de sus sueños con las manías auto-destructivas de la humanidad, y en The Boy and The Heron la hace directamente, mirándose a sí mismo en dos versiones temporales de su misma alma.

Diez años después de The Wind Rises, Miyazaki regresa con una de sus películas más personales, en una franca reflexión de su vida entera, mirando al pasado de su niñez con los ojos de su madurez. Miyazaki coquetea con el derrotismo de lamentar la destrucción humana, pero eventualmente permitiendo la esperanza de un cauteloso optimismo, que se siente casi obligado por sí mismo, exprimido de sus peores temores con respecto al destino final de nuestra especie.

The Boy and The Heron se puede dividir en dos partes. La primera ocurre cuando Mahito Maki (Soma Santoki), un pre-adolescente viviendo en Tokio,  despierta una noche por las alarmas de emergencia. El hospital cerca de su hogar esta en fuego, con su madre Himi (Aimyon) adentro. Mahito corre con todas sus fuerzas pero no puede evitar la tragedia. Un año después, contra su voluntad, su padre Shoichi Maki (Takuya Kimura) se muda al campo, luego de casarse con Natsuko (Yoshino Kimura), hermana de su fallecida esposa, ya esperando un nuevo hijo. Aunque Natsuko intenta establecer una relación con Mahito, incluyendo emocionarlo por la llegada de un nuevo hermano o hermana, el duelo de Mahito continua demasiado intenso, más bien resintiendo las buenas intenciones de su madrastra. A eso se añade malas experiencias en la escuela, donde el chico citadino, hijo del gerente de la fábrica local, es rechazado por sus nuevos compañeros.

La segunda parte comienza cuando Mahito es contactado por una extraña garza trayendo un mensaje, viniendo de adentro de una misteriosa torre cerca de su nueva casa. La torre fue allegadamente construida por su tío-abuelo, quien, según la leyenda local, se volvió loco “por leer demasiados libros” antes de desaparecer completamente.

Una vez Mahito cruza la Torre, Miyazaki nos lanza a uno de sus mágicos mundos repletos de criaturas, aventuras y una misión que Mahito deberá completar si desea salvar su familia y. quizás algo más grande todavía. Es en esta segunda mitad de The Boy and The Heron que Miyazaki recorre su propia carrera con referencias a pasados trabajos como “El Viaje de Chihiro”, “Mi Vecino Totoro”, y “La Princesa Mononoke”, entre otros, tan espectaculares que “Studio Ghibli” es por si solo un sub-genero del séptimo arte.

Una incómoda pregunta que constantemente se refleja en sus trabajos (especialmente The Wind Rises, su anterior “retiro”) es, para que tanto esfuerzo en crear belleza en un mundo tan empeñado en devastarse a sí mismo. La respuesta que nos da indirectamente en The Boy and The Heron (así como en el resto de su filmografía) es que el arte es inevitable; una necesidad silvestre del ser humano, tan incrustada en nuestras moléculas como los deseos de aniquilarnos entre nosotros, lo cual de por si es una dolorosa contradicción de la que no podemos escapar. Una realidad tan inquietante que, a sus 83 años, lo sigue persiguiendo, y que al menos con filmes como este puede dejarlo salir en una explosión de colores, música y emociones en carne viva.

Si The Boy and The Heron es verdaderamente su última película (esperemos que no), Miyazaki se despide, tanto literal como figurativamente, cerrando la puerta en busca del próximo paso, dejando atrás una estela de belleza, tristeza, y esperanza de que, al final del día, se hace lo mejor que se puede y siempre debemos seguir viviendo tanto como podamos, porque la vida siempre significa otra oportunidad de hacerlo mejor al otro día. ¡INMENSAMENTE RECOMENDADA!

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