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Crítica: Gran Turismo rompe la pista

Si vas hacer un anuncio de dos horas sobre un videojuego, hazlo tan bien como Gran Turismo. No me importa que sea el “product placement” más descarado de la historia, siempre y cuando me diviertas de principio a fin, con emoción, drama, y tensión que me hace aplaudir y gritar de la felicidad.

Gran Turismo no tiene derecho a funcionar tan bien como lo hace. En vez de adaptar el videojuego como tal, usa una historia basada en la vida real de Jan Mardenborough, un jugador empedernido de Gran Turismo que pasó de ser uno de los mejores jugadores, a ser corredor de carreras en vida real, incluyendo algunas de las pistas más famosas y peligrosas del mundo.

No tenía idea de esta historia. Nunca he jugado un Gran Turismo y no veo deportes, mucho menos carreras de coches. Pero resulta que Nissan y Sony desarrollaron un programa para seleccionar jugadores talentosos y convertirlos en verdaderos pilotos. Si suena absurdo, es porque lo es. Es como decir que Warner Brothers seleccione los mejores jugadores de Mortal Kombat para un verdadero torneo mortal (yo vería eso).

Pero resulta que Gran Turismo es un simulador tan realista, la experiencia de jugarlo pudo transferirse a correr en vida real (se los juro que Sony no me pagó para escribir eso). Mardenborough fue uno de varios que pudo hacerlo, pero su historia es más adecuada para adaptarla a esta entretenida producción.

Neill Blomkamp hizo una buena película en el 2009, District 9, y nos viene torturando desde entonces con cada vez peores ofertas –prefiero tirarme por una escalera antes de volver a ver Demonic– pero entonces nos recuerda cuan bueno puede ser cuando su habilidad para conceptos visuales concuerda con una interesante historia con coherente desarrollo y agradables personajes.

Archie Madekwe es excelente como Mardenborough, un joven británico cuya obsesión con Gran Turismo lo pone en constante conflicto con su padre Steve (el siempre agradable Djimon Hounsou), quien preferiría que Jan juegue al football como su hermano menor, o al menos consiga un trabajo real. Cuando Sony y Nissan anuncian la Academia GT, Jan ve la oportunidad que siempre soñó para convertirse en piloto de carreras.

La Academia fue creada por Danny Moore (Orlando Bloom), un ejecutivo que logró convencer a Nissan de esta locura que bien podría destruir su carrera y la reputación de dos gigantescas compañías. Moore contrata al retirado piloto, ahora mecánico, Jack Salter de ser el Ingeniero supervisor y entrenador principal de la academia. Harbour se roba la película como Salter como el mejor entrenador desde el Mickey de Burgues Meredith en Rocky.

El resto es clásico de este tipo de películas; entrenamiento, fallos, problemas, dudas interiores, éxito. Pero al igual que Rocky no es una película sobre boxeo, Gran Turismo no es una película sobre carreras, sino sobre trabajar por tus sueños y probarte a ti mismo que puedes lograrlo. Seguro, es “campy” pero el buen tipo de “campy”.

Blomkamp hace algo que nadie había intentado desde la horrible House of the Dead (2003): intercalar conceptos del juego dentro de la misma película. Pero mientras Uwe Boll debería estar preso por el trauma que fue ver la porquería esa, Blomkamp merece elogios por lo bien intercalado que aplica elementos de Gran Turismo el videojuego, con Gran Turismo la película.

Como toda producción “basada en eventos reales”, Gran Turismo hace varios cambios por drama (tanto Moore como Salter son personajes ficticios inspirados en personas reales), pero por eso esto no es un documental. El punto es que Gran Turismo me encantó, me tuvo pegado a la pantalla con sus visuales, sonido y me puso a aplaudir al final. ¡Velozmente recomendada!

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