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Crítica de Competencia Oficial: Una sátira sin piedad

Por años llevo diciendo que Tropic Thunder es la mejor burla cinemática del mundo del entretenimiento del siglo 21 pero, esta semana estrena Competencia Oficial a darle, eso mismo, competencia. Podría decir que Tropic Thunder se enfoca más en la cultura popular estadounidense, mientras Competencia Oficial es una sátira universal del arte como arma intelectual, aunque al hacerlo termine cayendo en precisamente lo que critica. Ese es el riegos que me estoy tomando, veremos que tal me sale.

Humberto Suarez (José Luis Gómez) es un multimillonario que, a punto de cumplir 80 años, decide buscar maneras para cimentar su nombre en la historia. Una de las dos maneras que lo intentará será financiando una película, pero no cualquier película, sino la mejor película posible. Para eso compra los derechos de una novela ganadora del Nobel, y contrata la excéntrica directora Lola Cuevas (Penélope Cruz), también repleta de premios, altamente aclamada a pesar de solamente haber hecho tres filmes. Lola decide que los únicos dos actores capaces de transferir los personajes de página a pantalla son Félix Rivero (Antonio Banderas) e Iván Torres (Oscar Martínez). La novela –y la película- se llama “Rivalidad”, sobre dos hermanos separados luego de una tragedia en la que un hermano culpa a otro de ser el responsable, mientras compiten por el amor de una prostituta.

Competencia Oficial no es solamente una de las mejores películas del 2022, y una de las mejores sátiras que he visto sobre el arte, también es una filosa reflexión sobre la inhabilidad humana de aceptar diferentes perspectivas cuando se está seguro de tener la razón absoluta. Cruz, Banderas y Torres son magistrales, dando excelentes interpretaciones de sus respectivos personajes representando varios niveles de la cultura artística, que pudiéramos reconocer en incontables figuras de la vida real.

Cruz goza de lo lindo como Cuevas, una directora con la fama de ser “difícil” pues, aparte de no dar entrevistas ni explicaciones sobre su trabajo, sus métodos incluyen ejercicios que pudieran describirse como problemáticos e imprudentes, hasta crueles. En un momento de la historia donde constantemente reflexionamos en las cosas que pensamos “admisibles”, Cuevas es el avatar del tema de “sufrir por el arte”. Yo tuve una ‘Cuevas” en mi vida, por lo que se me hace difícil ser objetivo en la conversación sobre cuál es el límite donde permitimos llegar a ciertas figuras para alcanzar la (imposible) perfección. Por un lado, ninguna producción de cine, teatro o lo que sea es razón para permitir abusos. Por otro, he visto lo que pasa cuando no hay disciplina ni orden. Es una conversación complicada y rechazo verla en blanco y negro.

Al igual que Cruz, Banderas y Torres parecen estar disfrutando sus partes. Rivero es el estereotipo de estrella de cine; sus películas venden, ha ganado cinco Goyas (el equivalente al Oscar en España), dos Globos de Oro, y sus exigencias incluyen dieta macrobiótica. Todo lo anterior es intensamente despreciado por Torres, un respetado actor y maestro de teatro, quien ve el arte como misión de elevar la audiencia, por lo que evita cualquier privilegio, aunque eso signifique volar en la peor silla de un avión, no importa que el estudio pague primera clase.

Ambos actores están completamente seguros de que su manera de vivir y hacer las cosas son la correcta. Para Rivero es un trabajo que le ha dado fama, dinero y comodidades, para Torres es casi una religión intocable. En lugar de funcionar como ente conciliador, Cuevas aprovecha esas contradicciones para incitar el trabajo en pantalla, llevándolos a una rivalidad que pudiera redefinir las vidas del trio. Cada uno de los tres es un problemático, seguro que el problema son los otros dos.

Desde la primera escena, el guion de Gastón Duprat, y Andres Duprat y Mariano Cohn (quienes también dirigen) confronta la audiencia con la realidad de una industria dominada por el ego; tanto del millonario queriendo utilizar la película para establecer su nombre, como la directora pretendiendo usarla como otro vehículo transmitiendo sus ideología, hasta los actores decididos a imponer sus respectivas perspectivas de cómo interpretar un personaje.

Técnicamente podemos llamar Competencia Oficial una comedia, excepto que la risa no viene de momentos o diálogos específicos –aunque hay uno que otro- más bien es una composición completa. Una vez establecidos los parámetros, algo que hace tan rápido como los primeros minutos, no pude parar de reír viendo el trio en escena tras escena, combatiendo intelectual, emocional y hasta algo físicamente por dominar los otros dos. Una de esas películas que quise ver otra vez tan pronto acabó, ¡inmensamente recomendada!

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