Hay combinaciones perfectas en la vida como pizza con salsa ranch, o una taza de café en un día nublado con ligera lluvia (siempre y cuando no se vaya la luz). Cuando anunciaron que el gran director Guillermo del Toro finalmente haría su ansiada adaptación de “Frankenstein o el Moderno Prometeo”, sabía que esa combinación se añadiría a la lista y no me decepcionó, que cosa más bella, quiero sintetizarla y que me la inyecten por las venas.
Todas tus amistades góticas van a estar insoportables porque Frankenstein es una obra de arte visual, una oscura pintura en movimiento de romance y tragedia. Prepárate para ver más gente vestida a ese estilo y citando partes y diálogos de la película. No los culpo.
La historia es prácticamente la misma de siempre, o al menos la premisa principal: Victor Frankenstein (Oscar Isaac) vive obsesionado con desafiar la muerte, traumado desde niño por el fallecimiento de su madre Claire, que en esta iteración ocurre dando a luz a su hermano William. La obsesión lo lleva a crear una criatura con vida aparentemente eterna que lo hace arrepentirse de su arrogancia, pero termina siendo perseguido por su propia creación, atormentada por la existencia solitaria a la que fue condenado desde nacimiento.
Y si creen que Victor es medio rarito, entérense que Mia Goth interpreta tanto a su madre como a Elizabeth, prometida de su hermano William, por quien desarrolla una intensa atracción. Esto podría ser un juego de Del Toro con el complejo de Edipo, pero mas bien demuestra familiaridad con el origen de la historia, basada en el libro de Mary Shelly, la genial autora de quien lamentablemente se rumora haber sido víctima de abuso por su padre. Un vil hombre construye un monstruo. El verdadero monstruo resulta ser el creador.
Del Toro deja claro las ganas que tenía de hacer Frankenstein porque suelta todo como Suaron haciendo el gran anillo, con un espectacular diseño de producción que te hace sentir como si estuvieras a su lado construyendo las extrañas maquinas con las que Victor desafía la naturaleza. Todo eso, junto al vestuario de Kate Hawley, la inmersiva cinematografía de Dan Lausteen, y la imponente banda sonora de Alexandre Desplat.
Pero definitivamente son los personajes los que hacen Frankenstein una experiencia. Oscar Isaac es perfecto como Victor, pues se requiere alta carisma para balancear la soberbia de este hombre convencido que su meta final sobrepasa cualquier regla, ley o ética.
Frankenstein aprovecha la extraña belleza de Mia Goth para darnos una Elizabeth como ninguna otra, una presencia cuasi etérea, como si flotara en vez de caminar, y su voz saliera de la misma naturaleza, del viento en lugar de sus pulmones. Esta Elizabeth es curiosa, firme, inteligente, y sin miedo, con la capacidad de ver más allá de lo físico, sino más bien al corazón de las cosas.
Y, por supuesto, la criatura. Claro que una película de Frankenstein hecha por Guillermo del Toro le daría más atención al Prometeo que ninguna otra. Aunque mi criatura favorita sigue siendo la de Rory Kinnear en la maravillosa serie Penny Dreadful, Jacob Elordi se acomoda en segundo lugar con su dolorosa interpretación de un ente producto de la arrogancia. Reconstruido con partes de soldados muertos en combate, la criatura de Del Toro es tan victima como victimario, su inocencia contrastando con la rabia repentina que surge de adentro. El amor de Guillermo por los despreciados se refleja en el simple hecho de contar la historia de parte de la misma criatura, haciéndola tan protagonista como su creador.
El amor y la fascinación de Del Toro por la historia de Mary Shelly se expresa en cada centímetro de la pantalla, haciendo de Frankenstein una perfecta opción para cines, donde mejor se pueda apreciar el arte, la música y la experiencia audiovisual, ¡INMENSAMENTE RECOMENDADA!
Podcastero, comediante, crítico de cine y TV miembro de la Critics Choice Association, crítico certificado en Rotten Tomatoes, y padre de gatos. Una vez cuando niño entré a un cine, y en cierta forma nunca salí.
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