Después de mucho intentarlo, fallar, y darnos constantes decepciones como político que promete no robar, los creativos de la industria finalmente aprendieron a adaptar videojuegos a otros medios, fuera animación o en vida real. No todos han sido exitosos, pero al menos resultan entretenidos, y ya casi no dan ganas de arrancarse los pocos pelos que me quedan en la cabeza.
La animación especialmente nos ha dado tremendos palos, con Cyberpunk Edgerunners siendo la mejor hasta el momento; que pelota de serie, que cosa mas hermosa, tan bien hecha, es más, dejen de leer esto y vayan a verla.
¿Ya volvieron? Que maravillosa serie es Cyberpunk Edgerunners, ¿verdad? Pues Splinter Cell: Deatwatch no llega a esos niveles pero, se nota cuanto lo intenta y el resultado es un intenso thriller de espionaje probando que la animación presenta acción tan visceral y cruda como cualquier otro medio.
No esperaba menos de una serie producida por Derek Kolstad, creador de John Wick.
Aprovecho para decirles que nunca he jugado un Splinter Cell, desconozco la historia y mitología de esta franquicia. Lo único que sabia es que Ubisfot la ha abandonado igual que hizo ese ex que prometió amarte para siempre, con Splinter Cell: Blacklist siendo el último juego que lanzaron, en el 2013, dejando sus seguidores hambrientos, con la vaga promesa de un recomienzo de la propiedad, que aparentemente la fueron a buscar al fondo de alguna jungla en el medio de la nada, por tanto que se han tardado.
De todos modos, no tuve problema para entender lo que estaba pasando, aunque imagino que los amantes de Splinter Cell reconocerán referencias y detalles de la franquicia. Tampoco es que la historia es muy complicada.
Años después de los eventos del ultimo juego, Sam Fisher (Liev Schreiber) vive retirado en una cabaña en algún remoto bosque de Polonia. Pero no existen “exagentes” de “Echelon 4”, la secreta agencia gubernamental para la que Fisher trabajó por años y, cuando la joven agente Zinnia McKenna (Kirby Howell-Baptiste) desobedece una orden que la hace perder el control, terminando perseguida por el mismo grupo terrorista que debía eliminar, Fisher regresa a la acción
Splinter Cell: Deathwatch es una historia cocinándose a fuego lento, con tremendas escenas de acción, con cada hueso roto, golpe en la cara y patadas viéndose y escuchándose demasiado real; los estudios Frost y Sun Creature no escatimaron en diseño de combate y sonido para hacer esta serie una experiencia para los sentidos.
La vida no se queda con deudas de nadie, y Sam Fisher ve su pasado de vuelta cuando los medio hermanos Diana y Charlie Shetland, hijos de Douglas Shetland, viejo amigo de Fisher y antagonista del último videojuego, consiguen control de la compañía para un plan envolviendo fuentes de energía y control global.
Aparte de las secuencias de acción, lo mejor de Splinter Cell: Deatwatch es la relación entre Fisher y McKenna. Sam se reconoce a si mismo en la imprudente agente, demasiado astuta para su propio bien, con palabras tan filosas como las navajas escondidas en su uniforme. Por su lado, McKenna enfrenta por primera vez la realidad que ser la mejor agente del momento no significa ser invencible, ni estar a prueba de errores que le puedan costar la vida. Ambos tienen mucho que aprender del otro, sea la nueva tecnología del negocio, o viejos trucos para escapar de cualquier situación de peligro.
Cada adaptación decide como mejor presentar su historia, sea una original como Cyberpunk Edgerunners, una alterna como Tomb Raider: The Legend of Lara Craft, o atreverse a ser parte del canon oficial como Splinter Cell: Deathwatch, lo que bien pudo haber alejado nueva audiencia, y molestar la antigua pero, una trama de clásico espionaje, persecución y venganza resulta perfectamente accesible para gente como yo que nunca ha tocado uno de esos juegos. Habrá que ver lo que piensan los amantes de la saga, de mi parte es inmensamente recomendada.
Podcastero, comediante, crítico de cine y TV miembro de la Critics Choice Association, crítico certificado en Rotten Tomatoes, y padre de gatos. Una vez cuando niño entré a un cine, y en cierta forma nunca salí.
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