Hay historias que no pueden tener un final feliz, no importa cuanto lo queramos. En esa situación se encuentra The Handmaid’s Tale, una serie sobre un mundo alterno donde Estados Unidos colapsó, quedando fracturada en pedazos, con una parte siendo Gilead, una teocracia fascista donde las reglas bíblicas establecen las legales. Mientras la novela escrita por Margaret Atwood fue la inspiración mayor para la primera temporada, el resto ha sido sacado de la imaginación de sus escritores que han hecho todo lo posible por estirar una historia de apenas 311 páginas.
Ya en la cuarta temporada se sentía la fatiga, ¿Cuánto más puede sufrir June Osborne (Elizabeth Moss)? Aunque la quinta temporada hace un esfuerzo hercúleo para justificar su existencia, las grietas cada vez son mayores, afectando especialmente los bordes alrededor de June y Serena Joy Waterford (Yvonne Strahovski), las únicas con una trama completa. El cantazo mayor lo reciben personajes secundarios, convirtiéndose en meros accesorios para la historia principal; desde Moira (Samira Wiley) relegada a reaccionar a las acciones de June, hasta la Tía Lydia (la siempre increíble Ann Dowd) casi separada completamente de la trama principal. Probablemente la razón de la sorpresiva salida de Alexis Bledel aunque, para ser justo, la historia de Emily tuvo un final relativamente adecuado.
Habiendo dicho todo eso, me gustó la quinta temporada de The Handmaid’s Tale porque, con todo y sus defectos, sigue siendo una adictiva historia humana que cada vez se siente más cerca de lo que uno quisiera.
Horas después de haber matado al asqueroso violador, Comandante Fred Waterford (Joseph Fiennes), June pareciera haber logrado su ansiada venganza. Pero su libertad en Canadá no está completa ni se siente un triunfo completo, pues su hija Hannah continua en Gilead, probablemente siendo indoctrinada para convertirse en parte firme del régimen. A pesar de ser recién viuda, Serena Joy también está en su mejor momento, habiendo conseguido su libertad, con la oportunidad de criar a su hijo de la manera que quiera.
Pero The Handmaid’s Tale no es otra cosa sino mayormente un estudio de las peores costumbres humanas, y tanto June como Serena resienten la presencia de la otra en sus nuevas condiciones. June no puede tolerar respirar el mismo aire que Serena, sabiendo muy bien los peligros de permitirle predicar las glorias de Gilead, especialmente viendo como cada vez atrae más gente. Por su lado, Serena continúa defendiendo el país que ayudó construir. Pocas cosas son más peligrosas que una persona imposible de entender cuando esta equivocada de sus errores.
Y ahí es donde la quinta temporada de The Handmaid’s Tale llega a sus mejores momentos; ambas mujeres enfrentarán las consecuencias de sus actos. Serena choca contra la pared de la realidad, al enterarse que en Gilead una mujer viuda es igual a una mujer soltera. Sus derechos son prácticamente inexistentes bajo las reglas que ella misma colaboró escribir. Pero Serena es astuta, y consigue la manera de mantener su posición sin sufrir los efectos directamente. Si eso no es un comentario sobre los privilegios de clase ante las consecuencias de sus acciones, no se que sea.
Mientras tanto, June redescubre que la libertad democrática significa derechos civiles para todos, incluyendo la gente que odia. Habiendo sufrido horribles traumas en Gilead, June se desespera ante la burocracia constante entre el gobierno de Canadá y el disminuido sistema que le queda a Estados Unidos, llevándola por resbaladizos senderos en su misión de rescatar a Hannah y acabar con Serena de una vez por todas.
El trabajo del elenco es la otra gran arma principal en The Handmaid’s Tale. Después de tanto calvario, Moss todavía consigue darle nuevos matices a June, una mujer terriblemente traumada por agresiones sexuales, esclavitud, y separación familiar, entre muchas otras cosas. Strahovsky igualmente trabaja Serena, dándole incomoda humanidad a un monstruo capaz de hacer lo necesario para lograr lo que quiere. Es una pena que el resto del equipo actoral no reciba la misma oportunidad, aunque hacen lo mejor que pueden con lo que le dan, especialmente Dowd como Lydia, recibiendo una sacudida emocional gracias a su relación con Janine (Madeline Brewer), juntas intentando preparar la rebelde Esther (Mckenna Grace) para su primera misión como Criada (palabra bonita para esclava sexual).
Entonces está Bradley Whitford como Joseph Lawrence, el arquitecto original de Gilead, todavía luchando contra sus conflictos internos de haber creado un régimen fascista, insistiendo en lograr su visión original, bailando entre villano y aliado. Pocos actores consiguieran el balance orgánico tan bien como Whitford y, fuera de Moss y Strahovsky, es quien mejor sale beneficiado de la temporada.
Me gustó la quinta temporada de The Handmaid’s Tale especialmente la segunda mitad cuando la trama acelera pero, definitivamente me alegra saber que la sexta será la última, pues llegó la hora de cerrar una historia que, esperemos, siempre debe quedarse como ficción. Inmensamente recomendada.
Podcastero, comediante, crítico de cine y TV miembro de la Critics Choice Association, crítico certificado en Rotten Tomatoes, y padre de gatos. Una vez cuando niño entré a un cine, y en cierta forma nunca salí.
Comments are closed here.