Las primeras dos temporadas de Cobra Kai me encantan. Una serie que a todo sentido común nunca debió funcionar, no solamente superó toda expectativa, estableció un precedente de cómo manejar viejo contenido que igualmente respete el material original, y adapte exitosamente a tiempos modernos con humor, ligereza y cariño.
Durante esos primeros 16 episodios Cobra Kai sabe exactamente lo que es sin nunca tomarse demasiado en serio, mientras presenta “el otro lado de la moneda” de la rivalidad entre Johnny Lawrence y Daniel LaRusso en el querido filme ochentoso The Karate Kid.
Lamentablemente la tercera temporada cae en su propia trampa, apoyándose demasiado en la nostalgia de las películas, para contar una historia que repentinamente resulta demasiado grave comparado con la forma en que lo habían hecho hasta el momento.
Algunos episodios en el medio de la temporada recuperan parte de la magia de la serie, con Johnny nuevamente usando métodos extraños de entrenamiento, pero en términos generales esta fue la oferta más floja de la serie hasta el momento.
Eso no significa que este mala, más bien débil. Lo que hace Cobra Kai especial es la forma en que asumió el reto de convertir un meme de internet en una divertida y sorpresivamente emocional historia del villano clásico de los ochenta como una persona común y corriente, con su propia versión que contar balanceando hábilmente el humor, acción y lo absurdo.
El primer éxito de Cobra Kai fue presentar a Johnny Lawrence (William Zabka) como la versión adulta del personaje que recordábamos, tomándose su tiempo para desarrollarlo sin querer hacerlo héroe inmediatamente sino dándole espacio. Cobra Kai usa la relación sensei/estudiante de Johnny con Miguel para el conflicto generacional y descubrir como la base de su aprendizaje bajo su dojo original resultó ser más nociva de lo que pensaba. Johnny va cambiando del tipo que pensaba que el mundo le falló a comprender que quizás los preceptos con que asumía su vida nunca fueron los mejores.
Y en el lado positivo de la tercera temporada, Cobra Kai presenta las consecuencias reales para todos de usar el poder que da el karate en la forma incorrecta; luego del motín estudiantil al final de la segunda temporada, Miguel está en el hospital, Robby huye de la policía, Samantha padece de síndrome de shock post-traumático, y Johnny se quedó sin escuela luego que John Kreese lograra arrebatársela debajo de sus narices. Hasta los LaRusso están recibiendo su proverbial agua debido a esta batalla campal.
En el lado terriblemente negativo es que Kreese es un pésimo villano dentro del concepto de Cobra Kai. Las primeras temporadas funcionaron porque Daniel y Johnny son incapaces de ver más allá de sus respectivos prejuicios contra el otro y las batallas contra cada uno eran más divertidas que otra cosa. Ni Johnny era tan malo como Daniel lo recordaba ni Daniel era tan heroico como se pensaba. Y es gracioso ver adultos cincuentones peleando por tontas viejas rencillas.
Pero Kreese es un agrio remanente del estilo antiguo de antagonistas en este tipo de historia, y fracasa completamente en desarrollarse de alguna manera como lo hicieron con Johnny y Danny, siendo su participación más desagradable que otra cosa. Si Cobra Kai fuera un carro de compras, él es la rueda chillona que te saca de sitio.
Y la parte mediana; ni la peor ni la mejor es el drama adolescente entre los chicos y sus amigos. Aquí también vemos como la tercera temporada pierde algo de lo que hizo tan bien en las primeras. En sus estudiantes, Johnny veía un reflejo de los efectos de su educación tuvo en él, dándoles más confianza y seguridad pero también las consecuencias de usar el arte marcial descontroladamente. En los nuevos episodios el drama se acerca demasiado a melodrama muy estilo The CW aunque nunca toca esos niveles gracias a los momentos de acción y humor que todavía mantienen Cobra Kai de caer muy fuerte en “novelón de las tardes”.
La tercera temporada de Cobra Kai complacerá los fans buscando dosis agudas de nostalgia por nostalgia, algo que la serie había evitado hasta el momento burlándose sutilmente de sí misma pero deja con ganas aquellos que encontramos en ella una sorpresiva reflexión de una época que ya pasó, no volverá y no hay problema en recordar lo bueno mientras admitimos lo malo y aprendemos de los errores.
Podcastero, comediante, crítico de cine y TV miembro de la Critics Choice Association, crítico certificado en Rotten Tomatoes, y padre de gatos. Una vez cuando niño entré a un cine, y en cierta forma nunca salí.
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