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Crítica de El Karaoke

“¿Qué car*j* estoy viendo?” Esa fue mi reacción varios momentos viendo El Karaoke, la nueva oferta de cine puertorriqueño escrita por Jesús M Rivera y dirigida por Eduardo “Transfor” Ortiz (Los Domirriqueños, Sanky Panky 3), una comedia de horror existiendo en su propio universo donde las reglas de lo normal son meras sugerencias, y cualquier expectativa de lo que verás probablemente es equivocada.

Soy el primero allegando que el cine de horror pertenece a otra clase, que hay que mirar con ojos distintos. Seguro, hay “Horror elevado”, una frase bonita (por no decir comemierda) para describir piezas como The VVitch, Hereditary, y The Babadook pero, por cada una de ellas hay mil Troll 2, Malignant, o algún Evil Dead 2 gozando de maniaca energía entre sangre y viseras. En ese nivel existe El Karaoke. No habrá punto medio, o la amarás o la odiarás.

¿Es una buena película? Bajo los preceptos regulares, no. ¿La pase brutal viéndola? Definitivamente. En algún momento de su carrera, Ortiz debió decirse “pa’l carajo los  críticos, voy hacer lo que quiera”, y aquí se fue de boca sin frenos por un barranco de demencia que hay que ver para creer.

Ángel Figueroa interpreta un hombre pasando el peor día de su vida luego de una crisis familiar con su esposa (Mariana Quiles), y ni su mejor amigo (Edwin Emil Moró) puede subirle el ánimo. Caminando para despejarse es secuestrado por un extraño, cuyo motivo no puedo decirles porque sería dañarles la experiencia pero, digamos que es para una tarde que jamás pensaría pudiera ocurrirle a nadie.

Ortiz ha descrito El Karaoke como su película más “experimental”, y supongo que esa es tan buena palabra para describirla como cualquier otra, aunque una mejor idea de lo que pueden esperar es una “B-movie” al estilo del cine “Grindhouse”. Lo único que le faltó fue un tornado de Iguanas voladoras disparando fuego aunque, la alternativa ofrecida por este filme fue una de las veladas más interactivas que he pasado en una sala de cine. No puedo despreciar una película que me hizo reír, taparme los ojos, y hasta cantar como el ridículo que soy.

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