Decepción. Esa es la palabra que puede definir el sentir hoy del ala demócrata, ‘izquierdista’, y liberal de los Estados Unidos. Tras 4 años demostrando un sólido crecimiento y apoyo de masivo, las elecciones que hubo ayer, llamadas ‘‘Midterm Elections’’ volvieron a equilibrar la balanza ideológica en los Estados Unidos, creando, nuevamente, un gobierno compartido que muy posiblemente se mueva más lento aún, de lo que es normalmente con un partido en mayoría. Si es que se puede mover.
Analicemos un poco, el porqué y cómo sucedió esto, y los efectos directos e inmediatos que tendrá esta decisión colectiva tomada por el pueblo americano.
Los ‘‘midterm’’ han sido, históricamente, unas elecciones en las que el pueblo castiga al gobernante que escogió hace dos años. Quizás no tiene mucha lógica, pero con muy pocas excepciones (Bush en el 2002 arrastrado por el 9/11), el patrón que se ve en el ciclo de la política norteamericana es: primero escoger a un presidente y darle una mayoría en el Congreso con la intención de que cumpla sus promesas de campaña; entonces, luego de dos años, se suele pensar que no ha hecho suficiente, y se le castiga quitándole esa mayoría que según el elector, no supo aprovechar en dos años. Entonces, porque el que escogiste hace dos años no ha hecho en esos dos años lo que dijo que haría en 4 años, pues tú votas por sus oponentes para que en los próximos dos años realmente no pueda hacer NADA. Esta opción recurrente de que el pueblo vote por ‘cambios’ es precisamente, la ventaja y la desventaja, del complejo sistema electoral americano.
Para ejemplificar lo que planteamos, esta ‘costumbre’ de limpiar la casa (literalmente), se vio en su máxima expresión (hasta ayer) en los ‘‘midterm’’ del 1994, cuando recién Bill Clinton había entrado al poder. El Partido Republicano, que a pesar de haber dominado el poder ejecutivo por los pasados 12 años en aquel momento, llevaba 50 años sin control del Congreso. Eso, unido al hecho de que Clinton se proponía a crear un seguro de salud universal y a regular las leyes del control de armas (cualquier parecido con la actualidad no es pura coincidencia), despertó a la derecha de la derecha americana y provocó que los Republicanos se unieran en el famoso ‘Contrato con América’ que los llevó a arrasar en ambas Cámaras, dejando a Clinton y los demócratas en una minoría por el resto de su mandato. Esto, tomen en cuenta, ocurrió en momentos de bonanza económica para el país y el mundo, y ocurrió apelando a la masa conservadora de los Estados Unidos.
Volviendo al 2010. O mejor, un poco antes. Tras la reelección de George Bush en el 2004, amparada por el entonces aún válido argumento de la guerra contra el terrorismo, el partido Republicano junto con Bush comenzó a perder popularidad en niveles monumentales. Esto ocurría tras ver cómo la economía se desplomaba completamente, a la vez que nadie se creía nada más relacionado con las susodicha ‘guerra’. Ya para los ‘‘midterm’’ del 2006, el Partido Demócrata había vuelto a lograr un control, aunque mínimo, en el Congreso. Luego, tras la arrolladora victoria de Obama en el 2008, el Congreso se pintó de azul demócrata. Era la situación perfecta para el cambio prometido.
Lo que no se esperaban Obama ni los Demócratas, era que igual que en el 1994, esa masa conservadora iba a volver hacerse sentir, esta vez con más fuerza que nunca, aprovechándose de las circunstancias históricas del momento. El nuevo y reaccionario Tea Party, comandado entre otros por la controversial figura de Sarah Palin, se puso como misión ‘devolver el Congreso a manos seguras’, o en este caso, a manos conservadoras, blancas y cristianas. Entonces fueron distrito por distrito, hablándole directamente a la gente de cómo Obama planea destruir América con una agenda socialista. Les decían que ese Plan Médico Universal iba a costar billones, y que dichos billones saldrían de sus pensiones, pagos de seguro social, o de cualquier otra cosa necesaria para ellos y que pudiera provocar miedo. Además, la situación económica fue otro argumento utilizado con éxito para convencer a los electores, ya que los ‘teteros’, como le llaman simpáticamente en el mundo hispanoparlantes, planteaban no solo que con Obama nunca se recuperaría la economía, sino que es su culpa que esté como está, alegando que busca gastar todo el dinero de la nación en ayudar inmigrantes ilegales, en vez de sacarlos del país como ellos quisieran, y en darles un plan médico gratis a todos los que no trabajan a costa de las contribuciones de la clase media. Toda esta argumentación, expuesta bajo un manto de valores cristianos de ultra derecha, activó el espíritu de este sector (un sector muy grande, no se puede negar), y se abalanzaron a las urnas a cambiar el camino del cambio. O a recuperar su país. O a devolverle la dignidad a América. O algo así.
Al final, Obama sigue con mayoría en el Senado, aunque una mayoría muy simple (nunca mejor dicho), y con una minoría histórica en la Cámara (ya perdieron más de los 54 escaños que Clinton perdió en el ’94). Cabe destacar que la Cámara en control de los Republicanos tiene el poder, y más importante la voluntad, de parársele encima (literalmente) a todo proyecto que ellos entiendan no está alineado con la nueva/vieja forma de pensar americana. La idea es, el pueblo votó por el cambio de Obama, y no les gustó para nada, por eso ahora hay que moverse para otra dirección. It’s time to change. Again.
Lo que queda es preguntarse, ¿aceptará el cambio de rumbo Obama y se rendirá?, ¿existirán las herramientas que le permitan llevar a cabo su plan de gobierno sin ser interrumpido por los Tea Partiers?, ¿surgirá algún evento unificador, como lo fueron los ataques de septiembre 11, que le permita al Presidente trabajar con el apoyo de todo el mundo y en control total, como lo tuvo Bush?
Finalmente, ¿serán estos ‘‘midterm’’ el fin de la (cortitita) era del cambio y el progreso en los Estados Unidos? Pendiientes.
Escritor y copywriter radicado en San Juan de Puerto Rico. Especialista en nada, práctico en todo. Colaborador en QiiBO y rotros medios del archipiélago. Que viva la fiesta.
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