Había una vez un tipo (en adelante el héroe del chiste), que se mudó a Santurce. El tipo, nuestro héroe, siempre había escuchado que habían zonas de Santurce en las que abundaban inmigrantes llegados de la hermana y cercana República Dominicana. También sabía y sabe muchos chistes, como este (pero distintos), relacionados con la raza dominicana. Muchos de estos chistes acaban con un dominicano cometiendo alguna equivocación o demostrando su falta de inteligencia. Son estos, de hecho, los chistes más comunes en Puerto Rico.
Otra cosa que sabía el héroe, porque se la habían contado, era que esos dominicanos viviendo en Santurce eran irrelevantes para la vida de personas como él, puesto que la comunidad dominicana vivía toda junta, sin mezclarse mucho con los demás. En plan ghetto. Como pasa frecuentemente con comunidades de inmigrantes.
El chiste continua cuando nuestro héroe se adentra personalmente a su nuevo barrio. Estando allí descubre, que sus colegas caribeños no son exactamente como el inmigrante que le habían descrito. De hecho, en vez de no tener nada que ver con ellos, sin darse cuenta, nuestro héroe se vio siendo atendido por ellos. De un momento a otro, el grupo de dominicanos aparentemente rezagados y aislados entre sí, eran nada más y nada menos que los empresarios manejando las tiendas y negocios en donde él, junto con muchos otros puertorriqueños residentes del antiguo barrio de San Mateo de Cangrejos, hacen sus compras diarias, se alimentan y gastan su dinero.
Los dominicanos del chiste, no sólo estaban atendiendo y recibiendo el dinero de nuestro héroe, sino que estaban logrando venderle sus productos nacionales (dominicanos), por encima de los tradicionales productos consumidos por los locales, en su mayoría de importación norteamericana, y en su minoría locales. Entonces, de momento, nuestro héroe se ve lavando su ropa con detergentes dominicanos, y sofriendo sus alimentos con sofrito importado de Santo Domingo, entre otras cosas. Todo más barato, y quién lo iba a pensar, de mejor calidad que los diluidos productos norteamericanos que piensan antes en su distribución en cantidades masivísimas, perdonando el neologismo, que en la calidad del producto en sí.
Luego de todo esto, y llegando cerca del esperado punchline del chiste, nuestro héroe se pregunta cuál es exactamente la parte por la que nosotros, los puertorriqueños, nos podemos burlar de ellos, los dominicanos. De ellos que no sólo tienen a su país manejado por ellos mismos (para bien o para mal), sino que llegan a nuestro país, manejado por otros (para bien o para mal), y se convierten en ejes de la economía, aportando más que muchos locales a de alguna manera empujar el progreso local. Mientras ellos sigan trayendo sus productos, buenos y baratos, los productos ‘de siempre’, tendrán que competir, bajar sus precios, y hasta quién sabe, mejorar su calidad. Esto nos beneficia a nosotros. Sin olvidar nuestro ‘deporte nacional’, esa casi nostálgica Pelota, que hoy subsiste en gran parte por la gestión de empresarios dominicanos que gracias al éxito económico de sus equipos allá, pueden invertir en equipos acá para que sigamos teniendo una Liga casi muerta en vida. Los dominicanos, nos están ayudando.
Todo aquello de ‘lo mejor de los dos mundos’, o de ser el país latino con más recursos o con menos tumultos sociales, es cosa de un pasado que cada vez parece más remoto. Hoy, somos un país revuelto socialmente, con gran parte de su población sin trabajo, con cada vez menos acceso a la educación, y que ve cómo lo que antes era un chiste, ahora es una triste realidad.
Pensado todo esto, el chiste concluye, en que la realidad es que como dicen en el norte: Puerto Rico, ‘the joke’s on us’.
Escritor y copywriter radicado en San Juan de Puerto Rico. Especialista en nada, práctico en todo. Colaborador en QiiBO y rotros medios del archipiélago. Que viva la fiesta.
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