Recientemente me senté en un salón de clases a tomar un curso para completar mi juris doctor. Sí, además de escribir y hablar por radio, estudio Derecho. ¿Por qué lo hago? Bueno, eso es tema para otra ocasión.
Volviendo al principio, estoy tomando un curso de verano para poder terminar mi suplicio académico y decidí inscribirme en una clase con un tema interesante. El derecho y la pobreza. Increíblemente una de las primeras clases fue una prueba diagnóstica donde se realizaban una batería de preguntas relacionadas al tema de la pobreza y los derechos humanos en Puerto Rico y en Latinoamérica. Hasta ahí, todo iba bien.
Sin embargo, el profesor decidió discutir en la clase los pormenores de esta encuesta inicial y la discusión iba bien hasta que llegamos a una de las preguntas. Para comenzar la discusión, el profesor sugirió una situación hipotética que rezaba de la siguiente manera. Si te encuentras una persona con ropa destartalada en la calle pidiendo dinero, ¿qué harías? Después de un minuto de silencio, de estos que todo el mundo quiere hablar y nadie se atreve, comenzaron las contestaciones.
Una vez arrancó este torrente de respuestas me di cuenta de la razón fundamental de la pobreza. Una de las personas contestó y esbozó que tiene su casa atrasada tres meses, que trabaja y estudia y nadie le da nada ¿Por qué él no puede hacer lo mismo? Otro, parece que un matemático o economista, hizo un ejercicio calculando el salario mínimo multiplicado por tantas horas a la semana era igual a tanto por quincena lo que le daba para vivir.
De momento las contestaciones pasaron de creativas a risibles, de idiotas a chovinistas. Llegaron a decir que aquí por lo menos hay educación gratuita, cupones para comer y que el que más o el que menos lo atendían en un hospital.
O sea, ¿dónde queda la solidaridad?
En serio, por momentos pensé que me había metido a la clase de “Cómo ser republicano en Puerto Rico” o algo así.
Vamos, no pretendo que con este escrito hagamos ahora una campaña para salvar a todos los desamparados o deambulantes de este País. Pero, precisamente lo que separa a las sociedades con un alto nivel de civismo del resto de los salvajes del planeta es ese acto de solidaridad. De mirar al otro y pensar, que cualquiera que sean las razones que tenga para estar en la calle, válidas o no, está en la calle, o sea, peor que tú y que yo. Eso significa ser un País, un verdadero país.
Aquí nos envolvemos rápido en que la gente es vaga porque quiere. La gente no tiene porque quiere. Aquí nadie se muere de hambre, etc, etc, etc. Señores, este País podrá tener todos los programas de beneficencia del mundo, pero no vamos a mejorar. Ni aunque venga el milagro económico del siglo ni aunque mañana Obama nos suelte y nos coja China. ¿Saben por qué? Porque nosotros, los puertorriqueños, estamos pendientes a la salvación individual, a que yo estoy estudiando Derecho por el estatus que me va dar el título, a que quiero ser médico porque no me importa los pacientes, porque ya sueño con el Bentley que le voy a comprar a “el Chuchin”. Ese es el problema. Está bien que todos queramos vivir bien, somos humanos, se aspira a eso. Pero cómo lo hacemos, ahí está el problema.
No quiero que me malinterpreten, no quiero sonar hipócrita. A todos en este País nos ha pasado por la mente una que otra vez: “Mano yo me fajo trabajando y a mí el gobierno no me da nada y tengo que mantener a todos estos manduletes” Sí, pero nunca hemos pensado: “Mano, yo tuve la oportunidad para superarme, pero ¿qué estoy haciendo para que el otro sea mejor?
Claro, siempre queda la duda del ¿quién sabe si es un tipo que me quiere asaltar? ¿Quién sabe si tiene donde vivir, pero está en la calle por sinvergüenza? ¿Quién sabe? ¡Hey! Al final, somos así. Somos puertorriqueños, vivimos en la frugalidad del momento. Nos encanta ir a Plaza, beber Medalla en la esquina y quejarnos de los dominicanos porque nos quitan nuestros empleos. Pero cuando nos piden doblar el lomo y ayudar al prójimo, lo miramos por encima del hombro, porque no me pasó a mi. Salimos corriendo a ayudar a Haití, Japón y a otros países que atraviesan por momentos difíciles, pero no queremos ayudarnos nosotros mismos. Claro, aquí hay cupones, escuela gratis y tarjetita de la salud. O sea, lo tenemos todo.
Si lo tenemos todo pregúntate ¿por qué tenemos las tasas más altas de deserción escolar? ¿Por qué tenemos una de las tasa de participación laboral más bajas del hemisferio? Pregúntate, ¿por qué todos los países “tercermundistas”, como le dicen por ahí, crecen más que nosotros?
Pero claro todo se resume a que: “Yo estoy estudiando para ser X o Y por ende yo voy a tener chavos”. ¿Dónde queda tu riqueza ciudadana? ¿Dónde queda ese complemento de espíritu? No espíritu de doblar rodillas y rezar, espíritu de ser solidario.
Que porquería de País. No por quien nos gobierna, sino por nosotros mismos.
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