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Crítica de Dos Caminos

Hay dos formas de hacer una película religiosa. Puedes explorar los conceptos de fe y la espiritualidad (Silence, Magnolia), sus efectos en la humanidad tanto en el individuo como en la sociedad, de una forma adulta, entendiendo que con estos temas nunca hay respuestas fáciles. O puedes hacerlo como Dos Caminos.

“Dani” y “Mickie” (Luis Sebastián Borges) son gemelos huérfanos criados en su barrio a fuerza de pelea… literalmente. Uno es un boxeador en peleas clandestinas, entretanto que el otro es su manejador. Mientras uno pasa sus días en el gimnasio operado por el “Pastor José” (Modesto Lacén) para ayudar otros chicos en su misma situación, el otro busca conseguir la riqueza que la vida le negó, envolviéndose con elementos criminales.

Luego de una trágica decisión, el criminal asume la identidad del boxeador clandestino, que técnicamente lo hace criminal pero, no lo es porque lo hace para ayudar a su gemelo criminal que ahora se hace pasar por el hermano boxeador (¿siguen conmigo?) para huir de una banda de malhechores, liderados por “El Sargento” (Carlos Miranda), un policía sucio que domina el barrio con el inmenso poder que le otorga ser el aparente único agente en todo el país.

Este nuevo filme de Luis Enrique Rodríguez (Por amor en el Caserío) sigue la misma línea de cintas religiosas que evitan retar la audiencia que aspiran. Al igual que God’s Not Dead (y su aun peor secuela), Dos Caminos se conforma con confirmar lo que el creyente que vaya a verla ya sabe: creer resuelve todo y si creyeras, tu vida sería mejor. Si TODOS creyeran, no habría crimen ni problemas sociales, y si el mundo escuchara lo que los pastores/sacerdotes tienen que decir, la vida sería miel sobre hojuelas.

La forma simplona, casi infantil, en que esta película asume esas ideas es ligeramente insultante a los que laboran con esos asuntos todos los días, o los que los hemos experimentado en carne propia. Y no es que la religión no ayude a muchos, porque de igual forma he visto personas mejorar sus vidas gracias a su fe pero, no es una solución mágica. Retos sociales como la criminalidad, el abuso, el abandono familiar, y la corrupción, entre otros, no se resuelven con agarrar una biblia y darse golpes de pecho en alguna iglesia.

Verán, al afrontar la vida de su hermano, el que se pasaba en la iglesia o el gimnasio, rodeado de gente cariñosa que lo apoya en sus peores momentos, el gemelo criminal descubrirá que hay otro camino mejor de ese que había escogido, repleto de infieles que desprecian la palabra de dios y solo les importa el dinero y el poder.

Es casi una fábula para niños sino fuera porque comienza y termina en una fiesta de Halloween, y ustedes saben que eso es del diablo.

Aparte de su falta de análisis genuino, Dos Caminos tiene otros problemas. Algunos tan sencillos como desarrollo de personajes o puntos alternos de vista. “El Sargento” es un villano tan estereotipo, que solo le falta acariciarse el bigote riéndose malignamente con todo y “¡BUAH JAJAJA!” incluido. Otras figuras entran y salen de la historia sin explicación, lo que afecta los actores más que nada, porque se nota que todos pusieron mucho esfuerzo en hacer el mejor trabajo posible, especialmente Luis Sebastián Borges que tuvo doble partida.

Hay una razón por la cual cintas religiosas como Los Diez Mandamientos, Ben-Hur (la original, por supuesto), Espartaco, Rey de Reyes, y Barrabas continúan siendo las favoritas del genero hoy en día. Sus creativos primero se preocupaban por contar una buena historia en gran forma, no en predicar. Si la cuentas bien, el mensaje llega. Y si no llega, como quiera la persona vio una buena película. Aquí ni uno ni lo otro.

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