China es el líder internacional en taquilla. No pretendo indagar en un tema que no domino (eso solo lo hago en persona), pero me parece importante mencionar este hecho. En el 2017 solamente, la venta de taquilla en China llegó a los $8.6 mil millones (o billones, si prefieres los anglicismos). Esto es una tendencia que se ve venir desde hace un buen tiempo y quizás por estas mismas predicciones es que se ha cumplido. La presentación de películas extranjeras está altamente controlada por el gobierno chino, solo habiendo espacio para una cantidad limitada de estrenos al año, y esto ha llevado a que un gran número de películas hollywoodenses hagan todo lo posible para conseguir un pase. Lo vemos a cada rato, blockbusters que repentinamente cambian su locación al país asiático, o tiene un extra glorificado que resulta ser una gran estrella en su tierra natal. En ocasiones, la integración de elementos que sirvan de atractivo para las audiencias del país con la población más grande del mundo resulta bien integrada. Por ejemplo, en Looper la metrópolis del futuro fue cambiada de Paris a Shanghai, y actores oriundos de la nación como Donnie Yen han recibido mayor empleo en años recientes. En otras ocasiones, pasan cosas como cambiar personajes tibetanos como The Ancient One de Doctor Strange a otras nacionalidades para evitar enojar las autoridades chinas que llevan decadas tratando de eliminar la identidad cultural de esta región. En The Meg, la incorporación de estos elementos resulta en un ejercicio capitalista sinvergüenza e incomprendible pero entretenido.
El antagonista humano de esta extravaganza capitalista es un capitalista estadounidense interpretado por Rainn Wilson (Dwight Schrute en The Office) que causa los problemas con su dinero y con el mismo dinero trata de solucionarlos. ¿O quizás los problemas son causados, no por la avaricia, pero por la búsqueda del conocimiento? ¿O por la pesca cruel e inhumana de tiburones (una práctica que en años recientes el gobierno chino ha prohibido y denunciado)? The Meg prefiere no adentrarse demasiado a ninguna de estas denuncias, en vez dejando el espacio para que cada individuo en su amplio público elija cuál prefiere, auspiciando la proyección de los ideales personales.
Pero volviendo a la historia, un grupo de científicos deciden explorar un mar perdido debajo de la Fosa de las Marianas donde resulta haber un tiburón gigante que los aterroriza. Pero antes de la tormenta hay paz. Los animadores y diseñadores de producción botan la bola con el mundo subacuático lleno de coloridas e impresionantes criaturas, y tu Jules Verne interno no podrá disfrutar del display de CGI en este segmento.
Pero esto no dura mucho, ya que el submarino que está llevando la expedición es atacado por The Meg y queda inservible. Una de las personas en el submarino resulta ser la ex-esposa de Jonas Taylor, el hombre que o quieres o quieres ser. Es sensible, es rudo y, más importantemente, es Jason Statham.
Y es así como llegamos a Jason Statham mirando mal a Dwight y enchulando a su co-protagonista china, interpretada por Li Bingbing, aun cuando la razón por la cual se involucró en la trama fue porque su ex todavía le importaba tanto que decidió arriesgar su vida para salvarla. Pero eso no importa, porque al tener un “will they, won’t they” entre Statham y Bingbing consigues la taquilla femenina china y al tener un tiburón gigante animado causando caos tienes la audiencia masculina china, o al menos eso piensan los ejecutivos que decidieron financiar la película de tiburones más cara de la historia (hay reportes conflictivos, pero se estima que The Meg costó por lo menos unos $150 millones) y trataron de engatusar la audiencia americana con la primera mitad y complacer la china con la segunda.
Una vez Statham entra a escena, la acción empieza y solo se detiene para tener escenas de pura exposición y conflicto inconsecuente que olvidas una vez vuelve a salir el tiburón. La destrucción y tensión creada por el pez resultan satisfactorias. Las dimensiones de la criatura es completamente inconsistente, variando dependiendo de que necesita cada escena, y el océano resulta especialmente incoherente y más pequeño de lo que esperarías, pero no importa porque al final del día sigues viendo una película donde Jason Statham interpreta un Capitán Ahab musculoso y creído que pelea con un tiburón gigante pre-histórico. Si en todo esto te sueno cínico, es porque lo soy. Pero en mi defensa, también lo es la simple existencia de esta película. Lo único que al final le faltaba a la película era un sample de Tito el Bambino gritando “Un millón de copias vendidas, ¡obliga’o!”. En vez, la película nos deja con un pun. Si la vas a ver, hazlo en el cine. Lleva a alguien cuya compañía disfrutes, ríete y grita con el resto del público y habla de cualquier otra cosa cuando salgas de la sala. El aftertaste del popcorn te va a durar más que la adrenalina de la película.
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