Es una verdad universalmente aceptada que, cuando escribas algo relacionado a Jane Austen, debes usar la frase con la que comencé esta oración. Ya cumplí con esa parte, ahora me toca la reseña de Pride and Prejudice and Zombies, una sorpresivamente buena película tan absurda, ridícula y extraña que me encantó y quiero verla de nuevo.
Como no he leído el libro de Austen ni la parodia de Seth Grahame-Smitth en que se basa, tuve la ventaja de analizar/disfrutar de Pride and Prejudice and Zombies desde una perspectiva más pura. Lo anterior es lo que me digo a mi mismo por las noches cuando me lamento ser tan vago para leer. De igual forma, PPZ pretende que nunca la tomemos en serio pues sus mejores partes son cuando se aprovecha de su concepto aunque, ella misma falla en hacerlo en varias ocasiones.
Las hermanas Bennet, “Elizabeth” (Lily James), “Ellie” (Lydia Bamber), “Jane” (Bella Heathcote), “Mary” (Millie Brady), y “Kitty” (Suki Waterhouse), son cinco jóvenes del siglo 19, educadas en los mejores modales y artes marciales para decapitar los no-muertos. En el mundo de PPZ. Inglaterra ha sido asediada por el avance de zombis, lo que ha llevado la sociedad a guardarse dentro de la isla pero, manteniendo su elegancia, orgullo, y prejuicios de clases (¿vieron lo que hice?). Todo eso explicado, por cierto, en una ingeniosa narración de entrada, “Elizabeth”, o “Liz” como le llaman todos, es la mayor de sus hermanas pero, es la menos que interesa cumplir con el precepto esperado de toda dama apropiada de su edad: subir de clase consiguiendo un buen marido.
El primer triunfo de PPZ es tener un elenco que hubiera sido fantástico trabajando una versión fílmica genuina del trabajo de Austin. Aunque James se enfoca más en presentar su “Liz” como una chica fuerte físicamente más que la astucia intelectual que caracteriza este simpático personaje, su carisma es suficiente esconder sus debilidades. El MVP es sin duda Matt Smith pero, eso es esperarse. El ex Doctor Who asume su “Parson Collins” travieso, tan cómodo que podría haber visto una película entera de su personaje.
Los mejores momentos de PPZ son definitivamente cuando abraza su absurdo; no hay forma de describir escenas de las hermanas Bennet en ropas de monjes practicando sus artes marciales, o a “Liz” peleando contra “El Señor Darcy” (Sam Riley), todo mientras conversan con diálogos sacados directamente de la novela. Los conflictos de clase y amor ya no serán los mismo en películas donde sus protagonizas no se estén pateando o tratando de apuñalearse mutuamente.
Precisamente, los momentos débiles de PPZ ocurren cuando el guion trata de imitar las agudas críticas sociales de Austen usando los zombis como representación de las clases más “bajas” o trabajadoras. No funciona tan bien como ellos quisieran, especialmente para los que hemos visto Shaun of the Dead (varias veces) haciéndolo perfectamente. Al final del día, esto es una película de gente hermosa en vestidos elegantes decapitando muertos en vida, y cuando la película se mantiene en esa onda, lo hace muy bien.
El otro fallo del filme es desperdiciar la oportunidad de usar actores que pudieron hacer mucho más, tal como Lena Headey como una pragmática e imponente “Lady Catherine de Bourgh”, o el mismo Smith. También se nota la falta de presupuesto, especialmente cuando dejan partes del guion en pausa con la esperanza de que puedan continuar la historia más adelante, una antipática táctica que se está usando cada vez más a menudo en el cine cuando se quiere lograr franquicias.
El simple título de la película te dice que esto no es para tomar a pecho aunque, tampoco lo tratan a menos. Si te gustan las historias de zombies, PPZ es divertida y adecuada para un par de horas. Si te gusta Jane Austen, te sorprenderá el buen trabajo que hicieron sus actores, y el nivel de producción en cuestión de ambientación, y vestuario. Para una cita romáantica, no es tan mala opción como puedas pensar.
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Podcastero, comediante, crítico de cine y TV miembro de la Critics Choice Association, crítico certificado en Rotten Tomatoes, y padre de gatos. Una vez cuando niño entré a un cine, y en cierta forma nunca salí.
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