Hace unos meses, a traves de las redes sociales, tuve un debate algo caldeado sobre cuál deporte, si el Football americano, o el Fútbol, era el más retante a nivel estratégico. Tras varios ‘rounds’ de preguntas y retóricas lanzadas de parte y parte sobre posicionamiento, toma de decisiones, y una miríada de otros factores, decidimos, por el bien de nuestra salud mental individual y de la cordialidad cibernética colectiva, acordar a estar en desacuerdo. Estoy en desacuerdo con la decisión, pero supongo que ese es el punto de todo esto.
Mientras discutíamos, tuve varios pensamientos tangentes que, al no venir al caso, decidí mantener para mí mismo. Uno de los pensamientos más destacados fue la incesante necesidad de las ligas norteamericanas deportivas de coronar a sus ganadores como los “Campeones del Mundo”. Que fácil es, llamarse Campeón del Mundo o, como aquí en Puerto Rico que tuvimos hasta Campeón Universal… o sea, UNIVERSAL! Cuando apenas te mides con un pequeño grupo.
Tomemos por ejemplo el equipo ‘norteamericano’ del deporte ‘norteamericano’ por excelencia; los Yankees de Nueva York. Los bombarderos del Bronx tienen 27 campeonatos mundiales. Pensemos en esto por un momento. Según la MLB, los Yankees han sido 27 veces el mejor equipo del mundo. Digo, creo que eso es lo que un ‘World Champion’ significa. Salvo por los difuntos Expos de Montreal, y los Azulejos de Toronto (que de hecho en las últimas temporadas, estos han tenido a los Yankees de clientes), yo no recuerdo que los Yankees hayan jugado con ningún equipo de fuera de los estados unidos.
Podría entender la corona de Campeón Mundial si para lograr el título se hubieran enfrentado a los Gigantes de Yomiuri – actual campeones de la Liga Nipona de Béisbol, o qué se yo, al menos, o con los Acereros de Monclova, de la Liga Mexicana si no querían ir tan lejos!
Pero, ¿coronarse campeón del mundo sin tan siquiera tener que pasar su pasaporte por aduana? ¿Con qué moral, señores? ¿Con qué moral?
El mismo patrón lo podemos llevar con los campeones de la NHL, la MLS, la NBA o la NFL. Dado que todos estos deportes tienen ligas autónomas alrededor del mundo, lo menos que pueden hacer es inventarse algún tipo de serie mundial. Una VERDADERA serie mundial, donde el campeón de cada región se mide para coronar al verdadero campeón.
Esta es una de las mayores diferencias entre el deporte norteamericano y el resto del mundo. Tomando nuevamente el fútbol como ejemplo, para que un equipo se pueda llamar campeón mundial tiene que ganar tres competiciones distintas. Primero tiene que ser campeón de su liga local (o llegar entre los primeros 4 puestos, depende del coeficiente del país), luego tiene que ganar la Liga de Campeones de su región (son 7 regiones, usualmente con formato de 32 equipos por competición), y tras levantar esa copa, jugar el Campeonato intercontinental. Si logra esa hazaña, entonces se le otorga el título del mejor equipo del mundo. Entre tanto, son solo el mejor equipo de su país, o de su región.
Pero la culpa no la tienen los campeones, esto no es un escrito de burla o cizaña en contra de los campeones de ninguna liga. Se necesita mucho esfuerzo, dedicación, sacrificio y sobretodo consistencia para lograr salir campeón de lo que sea. Amen. Que no es culpa de ellos que la estructura deportiva norteamericana fomente la mediocridad al mantener un estancamiento deportivo y promover febrilmente el status quo. A lo que me lleva al nombre de este escrito; el Problema es el Sistema. Ahora bien, antes de que decidan amenazarme de muerte por mi comentario sobre la mediocridad, les pido que entiendan lo que estoy intentando decir. ¿Qué tipo de competencia verdaderamente se está intentando crear, si el mayor castigo por ser el peor equipo de tu división es tener que comenzar de cero la temporada entrante en el mismo lugar? Y no solo eso, sino que también premian a los peores equipos con las primeras selecciones en los drafts universitarios. ¿Verdaderamente están premiando al ganador? ¿O es mejor ser mediocre o hasta malo? Varios deportistas lo han dicho, que muchos de los juegos de la temporada ‘no importan tanto’ y que se puede estar algo relajado. Entonces, si varios de los juegos de la temporada regular no importan, y el castigo por ser el peor equipo es conseguir el primer y mejor nombre en la lista de candidatos profesionales, ¿qué tipo de competencia es esto verdaderamente?
Esto me llevó a investigar algunas figuras de ligas menores afiliadas o ligas deportivas universitarias. Los números son asombrosos.
La revista de negocios Forbes hizo una investigación para el año 2013 donde comparó los gastos operacionales de Football en varias de las más grandes universidades del país (Estados Unidos) con sus ingresos por el deporte. Liderando la tabla de ingresos se encuentra la Universidad de Texas en Austin, los Longhorns ingresan un poco menos de $104 millones de dólares anuales en su programa de Football. Esto junto a unos gastos de alrededor de $26 millones, le crean ganancias operacionales de $78 millones. Nada mal para una institución universitaria sin fines de lucro. Para crear un poco de perspectiva, esos $78 millones son mejores ingresos que al menos 5 franquicias profesionales, entre ellas las Eagles de Filadelfia y los Ravens de Baltimore. Todo esto sin pagarles a sus jugadores ya que los mismos, bajo cualquier regulación, son estudiantes. ¿Por qué no, entonces, pujar para convertirse en un equipo profesional? Ya se ve que económicamente no tienen nada que envidiarle a los profesionales a quienes nutre. En vez de utilizar sus recursos para nutrir una liga aparte, pueden poner esos activos a funcionar para ellos mismos.
No sería la primera vez que un equipo universitario se profesionalice y se vaya con los ‘pejes gordos’ a jugar, aunque quizás si sea la primera vez que ocurra en los Estados Unidos. En la Primera división de Futbol mexicano encontramos equipos como Las Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de Mexico, o los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León, esos por dar dos ejemplos de nuestros vecinos inmediatos. Otros ejemplos, mirando más al sur, el Club Universitario de Deportes en Lima, o el Club Deportivo de la Universidad de Chile, en Santiago. Todos estos son equipos profesionales, y participantes de la máxima categoría deportiva de su país, formados originalmente como equipos universitarios.
Cambiando la parrilla del Football norteamericano por el diamante del béisbol. Se ha visto durante los últimos 10 años un incremento de 300% en el valor promedio de los equipos de béisbol de ligas menores. A mediados de los ’90, el precio de un equipo de ligas menores rondaba alrededor del millón de dólares. Hoy en día promedian entre 30 y 35 millones de dólares, con varios equipos alcanzando cifras cercanas a los 50 millones. Teniendo en cuenta que gran porcentaje de la valuación de los equipos profesionales provienen de los derechos televisivos que estos negocian, un valor de $35 millones para un equipo que no tiene ninguna presencia televisiva muchas veces ni siquiera facilidades propias tiene, ni oportunidad alguna de alcanzar el máximo nivel competitivo no es para nada bajo.
Entonces, ¿por qué ninguno de estos equipos, tan bien valorados económicamente y tan sólidamente parados en el plano deportivo, intenta hacer un salto a la arena grande? ¿Por qué los dueños de los equipos de primera y de las plataformas que los apoyan no lo permiten?
Tomemos la NCAA, por ejemplo. La más poderosa asociación deportiva norteamericana, la misma que concentra y canaliza y pone en vitrina a los mejores talentos no profesionales del continente, no es más que una central esclavista deportiva moderna. Sus empleados de campo, o más bien sus activos – los estudiantes – no pueden unisonarse por miedo a suspensión, o peor aún, expulsión de la institución universitaria, todo mientras intentan manejar un balance académico y deportivo adecuado y a veces sufren lesiones graves por los colores de su alma mater. Por otro lado, desde el punto de vista corporativo, la asociación norteamericana de atletismo colegial no es más que una perenne granja de talento barato auto-abastecida solamente por los sueños y las ilusiones de cientos de miles de prospectos de algún día ser un deportista profesional. Esto, o en ciertos otros casos, la oportunidad de tener una carrera universitaria algo menos costosa.
Lo mismo sucede en las ligas de desarrollo propiedad de las grandes ligas. Aun sin la oportunidad de ser vistos y aun muchos sabiendo que eso es lo mayor que muchos lograrán, los atletas suman innumerables horas de prácticas, sacrificio, sudor y lágrimas por centavos al dólar simplemente por la oportunidad de llegar al máximo escenario.
Entre tanto los pejes gordos que controlan los hilos de los equipos tienen monopolizada su plaza y continuidad en el gran circo, asegurando así mismo la maximización de sus ganancias, a veces sin una inversión mayor a la inicial, dejando a su equipo a la intemperie. Mientras tanto sus cabos rasos lo dejan todo en el campo, intentando hacer de tripas corazones, para que, si por mas nada, sea por conservar el honor, el equipo llegue al final de la temporada con un promedio mayor a los .500.
Todo esto ocurre, mientras los resultadistas se hacen de la vista larga porque ‘su’ equipo ganó o logro fichar a algún joven prometedor, o a alguna estrella cerca del retiro.
El mundial femenino recién acaba, y el seleccionado norteamericano le ganó la partida a Japón con una contundente victoria de 5 goles por 2 para levantar el máximo galardón femenil. El seleccionado de las barras y las estrellas logra mantenerse en el primer puesto, eso a pesar de tener una liga prácticamente sin apoyo, de tan solo 9 equipos en un solo nivel, y con una asistencia mediana de 2,500 personas por partido. Los encorbatados, esos mismo que jamás han sudado una camiseta, esos que solo corrieron para alcanzar el tren, sonríen. Sonríen mientras más y más escuelas deportivas formativas van cerrando, porque la economía le permite a los padres de ese niño con tanta promesa, que vive en Main St, USA, pagarle la escuela formativa, o el campamento de verano, o las clínicas de cada fin de semana.
¿Es acaso mucho pedir un reparo a grandes escalas del sistema deportivo norteamericano? ¿Es mucho pedir establecer un verdadero sistema meritócrata donde los mejores suben por virtud propia, los mediocres se estancan y los malos bajan? ¿Es mucho pedir un sistema donde los niños talentosos son nutridos en el deporte por profesionales, sin los padres tener que sacar un centavo de sus bolsillos? Talento y capacidad de sobra existe para ello. Lamentablemente esa utopía es un sueño lejano y hasta un tanto descabellado pues los pejes gordos, los que no sudan sino solo cuando van a sacar su chequera, tienen mucho que perder.
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