¿Alguna vez has conocido una persona que sencillamente no te cae bien? No es mala persona, sencillamente no conectas, aunque todos los demás parecen llevarse bien con ella. Eso me pasó con DUNE, el épico drama de ciencia ficción dirigido por Dennis Villeneuve (Arrival, Blade Runner 2049), finalmente estrenando en cines y HBO Max, luego de varios atrasos debido a la pandemia del SaRS-CoV-2.
Tengo que comenzar diciendo que DUNE es una majestuosa pieza de arte; la maravillosa cinematografía de Grieg Fraser, y la potente banda sonora de Hans Zimmer hacen de DUNE una experiencia cinemática como pocas, un filme definitivamente hecho para verse en la pantalla más gigante posible. Por mucho tiempo he leído como estos libros de Frank Herbert son “inadaptables” debido a la complejidad de su mitología, estilo narrativo e inmersos recursos requeridos. Villeneuve desafía el reto logrando un coherente arco, construyendo un mundo entendible -si acaso denso – barajeando las diversas alegorías de la historia.
En otras palabras, DUNE es una escultura de Afrodita: hermosa para admirar… pero fría y sin alma. La especia no es la única substancia que esta historia necesita.
En un lejano futuro, el viaje inter-espacial es posible gracias a la “especia”, una substancia que solamente se consigue en Arrakis, un planeta desértico donde el calor mata después de ciertas horas del día, y gigantes gusanos merodean bajo las traicioneras dunas, buscando atacar cualquier criatura o maquinaria. Por varios años el clan Harkonnen ha cosechado la especia amasando gran fortuna, pero el Emperador decidió otorgar la licencia al clan Atreides, liderado por el Duque Leo (Oscar Isaac). El regalo viene envenenado, pues el Emperador espera que Atreides falle, deteniendo su aumento de poder y posición en la Galaxia. No solamente por los retos mencionados, sino por los Freman, nativos de Atreides, constantemente atacando los invasores Harkonnen robando su recurso natural. Eso significa que el Duque tendrá que mudar su familia y gran parte de su ejército hacia Arrakis, incluyendo su hijo Paul (Timothée Chalamet), y su pareja Jessica (Rebecca Fergurson).
Resulta que el Duque y Jessica no están casados, pues Jessica es miembro de las Bene Gesserit, una institución religiosa altamente influyente en las políticas del Imperio. De ella Paul heredó acceso a “La Voz”, un tipo de energía galáctica que, entre otras cosas, le hace tener visiones del futuro, especialmente de una joven Freman llamada Chani (Zendaya). Debido a eso y su linaje, Paul podría ser parte de una antigua profecía sobre una figura salvadora relacionada a los Freman, o quizás de la misma galaxia.
Mi problema sencillamente es que nunca sentí ninguna conexión emocional con la historia, ni Paul, ni nada. Me da lo mismo quien gane esta guerra; siempre y cuando la graben en Imax.
Timothée Chalamet es uno de esos actores que necesita un director sabiendo como usarlo. Su eterna expresión melancólica fue perfecta como el bobalicón ex novio en Lady Bird, o el aspirante a dandi de Little Women, pero en Paul refleja un absoluto desgano. Las únicas escenas donde Paul demuestra alguna emoción aparte de aburrimiento son con Jason Momoa y Josh Brolin. No es su culpa, todo el mundo en DUNE actúa como gente que sabe que está actuando.
Quiero que piensen en The Lord of The Rings, otra historia descrita como “inadaptable”. Imaginen por un momento que los actores principales interpretaran sus personajes como Cate Blanchett interpreta a Galadriel, esa etérea criatura que parece estar elevada sobre sus pies, encima de los demás. En DUNE Paul, el Duque y Jessica se hablan entre sí con el mismo tono artificial, casi todo el tiempo. Podría argumentar que su posición de nobleza los obliga a ser tan fríos entre sí pero, la interacción de cada uno con otros personajes me hace pensar que fue decisión creativa. Este correcto o no, el resultado es el mismo: ausencia de conexión que se sienta real, orgánica.
Por otro lado, es interesante ver DUNE como una pieza de histórica narrativa, identificando aquello que he visto en otras producciones. Yo le llamo “Síndrome de Star Wars en reversa”, refiriéndome a cuando la gente ve elementos que le recuerdan a Star Wars, pero en realidad Star Wars se inspiró en ellas, como por ejemplo John Carter, Flash Gordon y El Día que la Tierra se Detuvo. En DUNE verán alegorías a la batalla de clases, el abuso corporativo, el imperialismo, la colonización, el abuso contra nativos, la interferencia de la religión en la política, y los peligros del complejo militar-industrial descontrolado. Es una exquisita mezcla de temas, inteligentemente entrelazados entre sí con una lección sobre la responsabilidad individual y colectiva.
Pero Villeneuve, talentoso director, se preocupa más por que DUNE se vea bien, a que la historia conecte con la audiencia. Que un personaje diga que ama a otro no es suficiente, tiene que resaltar la pantalla. No es hasta el tercer acto –en una película de dos horas y media, vale recalcar- cuando Jessica y Paul parecen despertar de su sopor, para tener momentos que se sienten genuinamente emotivos. Para ese entonces estaba más metido en la fantástica presentación visual, un banquete para los sentidos, porque debo repetir que DUNE se ve impresionante.
Posiblemente mis reservas queden en la minoría. Probablemente a ustedes si les interesen las flipantes aventuras de Paul y su madre Jessica, la mágica hechicera sideral. En realidad DUNE merece ser vista en las pantallas más grandes que puedan, para apreciar la increíble obra maestra sensorial construida por Villeneuve y equipo.
Podcastero, comediante, crítico de cine y TV miembro de la Critics Choice Association, crítico certificado en Rotten Tomatoes, y padre de gatos. Una vez cuando niño entré a un cine, y en cierta forma nunca salí.
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