Sonidos y voces misteriosas, artículos del hogar que se prenden solos, mensajes en las paredes de la nada. ¿Suena conocido? Eso y todos los viejos trucos del cine de horror es lo que nos trae Annabelle, empacado en un tributo a Rosemary’s Baby tan mongo, que casi puedo escuchar a Roman Polansky gritando “¡no gracias, métanselo por el…!” desde el otro lado el mundo. Habiendo dicho eso, me gustó Annabelle. Tiene sus momentos –y sustos– para disfrutársela en una sala bien oscura, con el volumen a todo lo alto y repleta de gente igual de asustadiza que uno.
“Mia” y “John” (you get it? Como Mia Farrow y John Cassavetes, los actores principales de Rosemary’s Baby) son una joven pareja a punto de tener su primer retoño. Luego de sufrir un ataque en su casa por una mujer y su novio como parte de un culto satánico (por supuesto, en Hollywood, Lucifer es el único demonio que ha existido en toda la historia de la humanidad), se mudan a un apartamento donde “Mia” comienza a experimentar extraños sucesos relacionados a la muñeca de porcelana que “John” le regaló antes de dar a luz. “Mia descubrirá que el ataque que sufrieron solo fue el comienzo de sus malos días y tendrá que descubrir cuál es el horrible precio a pagar para salvar a su bebé.
Por si no lo saben, Annabelle es la precuela/spin-off de The Conjuring, una de las mejores historias de horror de los últimos años. Pero, mientras The Conjuring tuvo la mano firme del director James Wang, el libreto balanceado de Chad y Carey Hayes, y el inmenso talento artístico de Vera Farmiga, Lili Taylor y Patrick Wilson, Annabelle se tuvo que conformar con ser la primera película dirigida por John R. Leonetti, y la primera escrita para el cine por Gary Dauberman, resultando en un festín de clichés y sustos por cambios de cámara y cambios repentinos de volumen. Sin olvidar las actuaciones acartonadas de Annabelle Wallis y Ward Horton.
Lo primero que tienen que hacer para disfrutar esta historia es desconectar la lógica. En The Conjuring, se podía entender que una familia pobre, y con doscientos hijos, no podía mudarse a ningún lado fácilmente, y que el problema era la casa entera. Con Annabelle, nunca nos explican porque sencillamente no se mudan. Cualquier persona hubiera agarrado sus motetes, le hubiera dado una patada a la jodia muñeca y “adiós”. O, si acaso lo hubieran resuelto con un poco de keroseno y un fosforo. El filme lo resuelve con un “no es la muñeca, es el ente que la posee” pero, no insiste mucho en esa explicación porque entonces no tendría sentido que la película y el mercadeo haya sido alrededor de Annabelle. Además, ¿Quién rayos le regala una cosa tan fea a su esposa embarazada?
Así como muchos fallos, Annabelle tiene varios puntos a favor. El primero y mayor es que Leonetti fue el director de fotografía de The Conjuring y las dos Insidious por lo que la atmosfera es verdaderamente lúgubre. Gracias al cinematógrafo James Kniest, Annabelle me puso en tensión en varias ocasiones, si no completamente asustado. Una secuencia en un ascensor, y luego una escalera, fue particularmente emocionante. Por no decir “cagante”, hay niños leyendo esto.
Miren, gracias a (o por culpa de) Netflix, yo veo un montón de películas de suspenso, misterio y horror, y la gran mayoría son verdaderamente malas. Al nivel que a veces me pregunto si las filman con sus celulares, o si los actores son gente que encontraron caminando en la calle. Annabelle definitivamente no se acerca a The Conjuring ni a Insidious pero, tiene sus buenos brincos y sustos, aunque sean con trucos viejos. Si les digo que no me gustó, les miento, mejor digo que cayó automáticamente en mi lista de guilty pleasures. Para los fans de horror que no exigimos mucho, Annabelle es un rato bien divertido en el cine.
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Podcastero, comediante, crítico de cine y TV miembro de la Critics Choice Association, crítico certificado en Rotten Tomatoes, y padre de gatos. Una vez cuando niño entré a un cine, y en cierta forma nunca salí.
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