A lo largo de los tiempos, las personas que ostentan el poder han buscado siempre un ente intangible con el que justificar sus actos, los reprobables, claro, los buenos son siempre reclamados como propios. Normalmente la escogida para hipnotizar a las clases pobres y poco educadas, ha sido la religión y sus dioses, pero a medida que la educación se ha ido instaurando y la influencia de la religión sobre el pueblo ha ido disminuyendo, se ha tenido que buscar una nueva amiga invisible en el que apoyarse para la toma de decisiones controvertidas, una que estimagtice al que no la proteja, una que haga las funciones de una nueva religión incontestable: la democracia.
Pero la democracia es lo que es, y no lo que se pretende que sea, y no es otra cosa que la forma de gobierno “de la multitud”. La democracia es un concepto tan precioso como incompatible con comunidades grandes, en las cuales es a día de hoy imposible, por falta de infraestructura, que la decisión sea tomada de manera directa por los titulares del poder, esto es, cada uno de los miembros de la sociedad. Incompatible por tanto con el tan manido concepto de unidad de la patria, y con el centralismo.
Y como pasó con el comunismo, los encargados de desarrollar y evolucionar una forma de gobierno “de los más”, nuestra amiga democracia, se han encargado de violarla, mancillarla, y degradarla en interés propio, hasta convertirla en una fulana de medio pelo.
Términos como democracia representativa utilizados por la mayoría de los países mal llamados democráticos, son simplemente la antítesis de la democracia, porque privan al pueblo del control de sus decisiones durante una legislatura mínima de cuatro años, durante la cual, los ostentadores reales del poder, que se hacen llamar representantes del pueblo toman decisiones de las cuales no son responsables, siendo su único castigo por una mala gestión la única potestad del pueblo en esta democracia inventada por ellos: la facultad de no renovarles en su puesto.
Estas democracias prostituídas se construyen basicamente en base a un manual, de tan buen nombre como de uso interesado: la Constitución.
La Constitución no es otra cosa que la Ley Suprema de la Democracia, el objeto utilizado por los representantes del pueblo [o de quien sea], para regular el futuro de una comunidad, normalmente que acaba de salir de un regimen totalitario. Sorprende, que la mayoría de personas vivas de las naciones constitucionales del mundo, casí todas democracias representativas, no hayan votado nunca el texto que regula la forma de gobierno “del pueblo” [USA, España, Francia, etc]. Sorprende que estas constituciones creadas por nuestros antepasados sean de una rigidez extrema, casi inmodificable en condiciones normales por las generaciones futuras. Sorprende que muchas de ellas contengan y protejan a monarcas [algo totalmente incompatible con la democracia], mientras defienden la igualdad de todos.
Nunca el pueblo se ha conformado con tan poco, en Roma para calmar a la plebe les daban circo y pan, ahora nos dan unicamente palabras que suenan bonito. Los políticos han creado un sistema, por el cual nos adoctrinan desde pequeños para hacernos creer que ir a votar es fundamental para el país, consiguiendo lo que ellos llaman la legitimidad de la mayoría, legitimidad que les autoriza a tomar decisiones y a gestionar recursos, a aprobar leyes para millones de personas, y a utilizar las fuerzas de seguridad del Estado para defenderse cuando sus decisiones no han sido bien acogidas y el pueblo intenta recuperar el poder decisorio. Y a esto le dan el maravilloso nombre de Democracia, que suena tan bien como huelen las rosas.
En definitiva, que la democracia es una falacia, que no existe, sino que lo que existe es una oligarquía partidista, un entramado de regulaciones que sólo se diferencia de la antigua Roma en que cualquiera puede llegar a gobernar, y en que gobierna cualquiera.
crédiitos:
foto | IHelpedNola
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